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Su mestizaje no se revelaba en la asimetría del rostro, sino en la brevedad exagerada de la nariz, en unos labios que mostraban la línea de un morado apenas visible, en unos ojos verdosos de felino amansado, la cabellera cobraba una extensión de exagerada uniformidad, donde era imposible para la mirada aislar una hebra del resto de un grosor de noche cuando va a llover. El óvalo del rostro se cerraba con suavidad, atractivo por la sonriente pequeñez de las partes que albergaba. Los dientes pequeños, de un blanco cremoso. Enseñaba un incisivo cortado en forma triangular, que al sonreír mostraba la movilidad de la punta de su lengua, como si fuese tan sólo la mitad de la de una serpiente bífida. La movilidad de los labios se esbozaba sobre los dientes, tiñéndolos como de reflejos marinos. Tenía tres collares, extendidos hasta la mitad del pecho. Los dos primeros de una blancura de masa de coco. El otro, mezclaba una semilla color madera con cinco cuentas rojas. El siena de su cuerpo profundizaba todos esos colores, dándoles un fondo de empalizada de ladrillo en el mediodía dorado. La astuta posición del miquito, decidió a Farraluque para que aceptase el reto del nuevo lecho, con las sábanas onduladas por las rotaciones del cuerpo, que mostraba como una lejana burla sagrada. Antes de penetrar Farraluque en el cuadro gozoso, observó que al rotar Adolfito, ya es hora que le demos su nombre, mostró el falo escondido entre las dos piernas, quedándole una pilosa concavidad, tensa por la presión ejercida por el falo en su escondite. Al empezar el encuentro, Adolfito rotaba con increíble sagacidad, pues cuando Farraluque buscaba apuntalarlo, hurtaba la gruta de la serpiente, y cuando con su aguijón se empeñaba en sacar el del otro de su escondite, rotaba de nuevo, prometiéndole más remansada bahía a su espolón. Pero el placer en el miquito parece que consistía en esconderse, en hacer nacer una invencible dificultad en el agresor sexual. No podía siquiera lograr lo que los contemporáneos de Petronio habían puesto de moda, la cópula inter femora, el encuentro donde los muslos de las dos piernas provocan el chorro. La búsqueda de una bahía enloquecía a Farraluque, hasta que al fin el licor, en la parábola de su hombría, saltó sobre el pecho del miquito deleitoso, rotando éste al instante, como un bailarín prodigioso, y mostrando, al final del combate, su espalda y sus piernas de nuevo diabólicamente abiertas, mientras, rotando de nuevo, friccionaba con las sábanas su pecho inundado de una savia sin finalidad.
Paradiso, de José Lezama Lima (1966)
Pintura: Boys with pink bed sheets and sock, de Salman Toor (2021)