Mi tarjeta de presentación –la que reservo para anunciarme en las alcobas– se había dilatado considerablemente. Los ojos de Yela, como dos esmeraldas claras, brillaban en la obscuridad, recibiendo el reflejo luminoso de la proyección. Cuando me miraban, la tarjeta dilatábase un centímetro más. Mi americanita estaba más apetitosa que nunca. De ser posible, la hubiera introducido entera en mi boca para paladearla, como un bombón, hasta que se disolviera. Cubríala vorazmente de besos, de caricias, que mis manos multiplicaban en todos los rincones tibios y las prominencias todas. Y ella seguía atenta a la proyección, yéndosele el alma por los ojos.
American film, de Ricardo Gómez de Osiel (1924)
Pintura: Lyubovniki. Vécher, de Konstántin Andreevic Sómov (1910)
