Los minutos iban pasando y parecía que el autoestopista se sentía muy a gusto sin despegar los labios. Aunque, por lo menos, se estaba tomando la molestia de dirigir alguna mirada a su cuerpo, a sus pechos en particular. Por lo que podía percibir al mirarlo de soslayo y toparse con sus ojos furtivos, prefería que ella mirara hacia adelante para poder observarla a sus anchas. Pues, muy bien, le proporcionaría una buena vista para comprobar si eso provocaba algún efecto. De todos modos, faltaba poco para llegar al desvío de Evanton, y tenía que concentrarse en el volante. Así que puso la espalda recta y se inclinó un poco hacia adelante, exagerando la concentración con que observaba la carretera, para permitir que la examinara a conciencia.
De inmediato sintió sobre todo su ser el calor que irradiaba su mirada. Era como una variante de los rayos ultravioleta, y no de menor intensidad.
Isserley se preguntaba, y lo hacía con enorme interés, qué efecto le habría causado a él, en su extraña inocencia. ¿Sería consciente de todos los esfuerzos que había hecho por él? Apoyó la espalda bien recta sobre el respaldo del asiento y sacó pecho.
El autoestopista fue plenamente consciente.
Bajo la piel, de Michel Faber (2000)
Ilustración de Nacho Casanova