Hamlet se encogió de hombros, se sentó solo a la mesa de mármol o marfil y engulló con finos modales el contenido de la bandeja de oro o plata traída por su joven criado chino o japonés o las dos cosas. Se limpió la boca con la servilleta, eructó delicadamente y se volvió hacia Bunny:
—Entonces hagamos el amor.
¡Dichoso aquel que no distingue entre el hacer el amor y templar! Bunny Banana distinguió desde el primer instante, sorprendida y atónita. Se trota igual, pero no como la pareja de gordiflones picador-caballo, sino más bien al estilo de dos cisnes anoréxicos que agonizan bajo el acompañamiento de Cent-Sans interpretado por un señor mayor con cara de trastornado y olor nauseabundo en la filarmónica improvisada de un peine desecho y papel sanitario usado. Bunny, por supuesto, no llegó y no llegaría jamás; nunca presentó cuadro de poseer finos modales y educación adecuada. En cambio, fue retribuida con ternura desconocida de caricias sofisticadas y se regodeó exponiéndose a los rayos de una felicidad imposible. Porque si bien es cierto que hacer el amor era una agradable y curiosa novedad, hay que reconocer que el vulgar y ordinario destino de Bunny le imponía ser satisfecha únicamente en coitos excitantes y brutales.
—Eres una flor paradisíaca que abre sus pétalos iridiscentes y yo soy un insecto obsesionado con el néctar que guardas en tus entrañas —murmuró Hamlet en el oído de Bunny, mientras sus delgados dedos recorrían el espléndido cuerpo en el relajamiento posteyaculatorio.
Noche de ronda, de Anna Lidia Vega Serova (2001)
Pintura: I've got something for you, it's in here somewhere, de Kellesimone Waits