Sentados en la cama, empezó a desnudarla. Ella no opuso resistencia, al contrario, le ayudaba. No sentía vergüenza.
–¿Y tú, no te desnudas?
–¿Quieres que me desnude?
–Claro... los dos iguales, ¿no?
Se moría de ganas de verlo, de ver cómo era un hombre, pero no se atrevió a quitarle la ropa. Tuvo que hacerlo solo. La primera impresión, cuando lo vio desnudo, fue la de sorpresa, pero después, azorada, retrocedió y se puso en pie.
–¿A dónde vas?
–No vamos a hacerlo ¿verdad?
–No, no lo haremos.
Sonrió agradecida. Confiaba en él.
–¿Quieres tocarlo?– le dijo, ofreciéndole la mano.
Le enseñó la caricia que quería. Y a ella le pareció fácil. Lo oía respirar y recordaba los gruñidos de la rata. De vez en cuando, él le cogía la mano y le marcaba el ritmo, la intensidad de la caricia. Lo observaba: los ojos cerrados, la boca entreabierta, hasta que temblando la obligó a detenerse.
–Abre las piernas– le dijo, y, sin preámbulos, le besó el sexo. También ella, entonces, cerró los ojos y respiró con fuerza. Escuchaba sus gemidos y le gustaban tanto que fue subiendo el tono hasta gritar. Con la lengua del hombre pegada al sexo, tuvo un orgasmo. No era la primera vez. Pero sí la primera que aquella sensación le duraba tanto y era tan fuerte. Se alejó de él. Con las manos entre las piernas cerradas se quedó unos minutos quieta, hundida en el colchón, sin abrir los ojos, como si durmiera.
Fragmento del cuento Vudú, de María Jaén, incluido en La teva noia (1992)
Fotografía perteneciente a la serie Sex with me, de Julia Fox (2017)