Es una pena, pero no se puede poseer a todo hombre que se desea. Es una fatalidad, pero incluso no se puede yacer con todos los hombres que deseas y te desean a ti. Hay que aceptarlo como es, quizás en un mundo más primitivo esta situación fuese inconcebible. Pero en nuestra civilización, más vale agachar las orejas y aceptar esta sinrazón.
La naturaleza, siempre sabia, a medida que nos fue quitando espontaneidad en la monta, nos fue dando imaginación y fantasía. Incluso para los que se cierran a esa posibilidad, está el inconsciente para vivir deseos reprimidos.
Hoy el mío me dio un regalazo: esta noche soñé con ese hombre que se me niega, con todos esos varones que jamás tendré, materializados en una inmensa verga caliente e inflamada a la que yo accedía de un modo peculiar. Intentaré explicar mi voluptuosa sensación.
Fue, como suelen ser mis sueños, breve y abstracto. De hecho, recuerdo poco más que una imagen; una imagen tan real como si la hubiera vivido ¡No, no! Mucho más real que si hubiese sucedido porque cuando las cosas pasan los sentidos hacen que las sensaciones se dispersen. En lo onírico el sentimiento es puro, destilado por el alambique de Morfeo.
Ese hombre que deseo y no tengo, no me atendía, miraba hacia allá, hacia lo lejos, hacia otra mujer quizás, hacia otro asunto. Había gente alrededor y yo ansiaba llamar su atención, estaba triste porque no la tenía, pero le daba la espalda, me le acercaba hacia atrás.
Entonces ese hombre que jamás tendré entre mis muslos, todavía sin mirarme, se inclina sobre mi dorso. Apoya, como quien no quiere la cosa, su bajo vientre vestido en mis nalgas también vestidas. Era un gesto disimulado, que solo él y yo podíamos percibir. Nuestra pasión está prohibida, nuestros ojos no se cruzan, no nos podemos besar.
En la vida real es impensable que un hombre se te acople de tal modo y el entorno no se dé cuenta, pero en el sueño era así. No había exhibicionismo en nuestro gesto. Me apretaba disimuladamente y me hacía sentir su deseo.
¡Estábamos tan unidos! Su miembro acomodado en la raja que separa ambas nalgas, bien metido entre ellas y crecía, crecía y se endurecía oprimiéndome el culo, que yo curvaba para favorecer el contacto, ofreciéndome.
Es otro imposible: pese a que ambos llevábamos la ropa puesta, su creciente polla se inflamaba como el maíz se hace palomita y yo lo gozaba secretamente allí, entre la muchedumbre ajetreada, ajena a nuestra unión.
Apretando su miembro a mi raja, cada uno mirando hacia algún indefinido lugar y casi, casi hacíamos el amor.
Sueño, de Susana Moo (2008)
Fotografía de Isabel Muñoz, perteneciente a la serie Danza cubana (2001)