A modo de inciso diré que sólo las mujeres que han tenido la oportunidad de ver muchos hombres en la intimidad saben cómo varían en tipo. Algunas vergas son más feas que el demonio y no siempre a juego con el rostro de su dueño. Otras son torcidas, otras rectas, otras demasiado delgadas, otras demasiado cortas y gruesas, algunas en reposo son pendulonas y gordas y cuando se excitan no superan mucho su estado original, otras aumentan desde el tamaño de una nuez al de una gran fruta en cuestión de segundos. Y lo mismo puede decirse de su sensibilidad, naturalmente. Algunas, al contacto de un dedo, derraman su jugo, otras son tan insensibles como madera, por lo que hay que dedicarles mucho esmero para que descarguen, aun con la mayor disposición de su dueño. Siempre ha sido para mí motivo de incesante curiosidad observar estas diferencias que, por cierto, no confirman los dichos tradicionales: los hombres de nariz grande pueden estar mal dotados, mientras que los dedos finos pueden tener cacharros enormes. La prueba ocular es la mejor.