Fue todo un ritual asegurarme de que nadie viniera a interrumpirme para despojar de ropa el cuerpo, viajar por mis montañas, por mis llanuras, recorrer lentamente la piel abajo o encima de frescas y acariciadoras sábanas. Frotar un seno, sentir el pezón erecto, penetrar mis propias colinas.
Los viajes de mi cuerpo, de Rosa Nissán (1999)
Imagen: La prisonnière, de Evelyne Axell (1968)