En una acuarela de 1878, una mujer guía a un cerdo o se deja guiar por él. El animal está sujeto por una soga tan fina que parece un hilo. La mujer viste medias negras transparentes, portaligas y sandalias de tacón chino. Los guantes negros no llegan a cubrirle los codos, la faja de seda azul dorada que sostiene sus pechos pendulares concluye en un moño vaporoso sobre el pernil. Usa collar, aros, sombrero de plumas.
Lleva una venda en los ojos.
Carne blanca de la mujer, carne rosada del puerco, carne sonrosada de los tres ángeles suspendidos en pleno vuelo. Ángeles lamentadores; ángeles horrorizados; Ángeles que jamás serán terribles porque Félicien Rops, el bromista que los pintó, nunca leerá a Rilke.
En palabras del propio Rops, esta acuarela se gestó «en una habitación recalentada, llena de olores, donde el opopónax y el ciclamen me producían una especie de fiebre que me conducía inexorablemente a la producción e incluso a la reproducción».
En el friso que oficia como pasarela se lee, en letras griegas, Pornókrates. Porneía: fornicación. Porneíon: burdel. Porneúo: trocar sexo por dinero. Pórne: puta.
Si la pornocracia es el gobierno de las prostitutas, la mujer pintada podría ser una Circe renacida y el sumiso porcino un hombre convertido en puerco por la lujuria.
Pero la palabra griega también puede traducirse como gobierno de la fornicación. Y en ese caso el cerdo libre de culpa conduciría a la mujer cegada por el deseo mientras los ángeles lloran.
Rops dijo de ellos que eran «tres putti deshechos en lágrimas».
La mujer pintada, de Teresa Arijón (2021)
Acuarela: Pornókrates. La dame au cochon, de Félicien Rops (1878)