He follado ingenuamente durante una gran parte de mi vida… De vez en cuando tropezaba, por supuesto, con algunas de las dificultades psicológicas conexas (mentiras, amor propio herido, celos), pero las imputaba a la lista de pérdidas y ganancias. No era una mujer muy sentimental. Tenía necesidad de afecto, lo obtenía, pero sin llegar al extremo de construir, a partir de relaciones sexuales, historias de amor. Cuando estaba colada por alguien, creo que era consciente de sucumbir a un encanto, a una seducción física, hasta a lo pintoresco de un esquema de relación (por ejemplo, mantener simultáneamente una con un hombre mucho mayor que yo y otra con otro más joven, y divertirme pasando del papel de nieta al de tutora), que en ningún caso llegaba nunca a comprometerme. Cuando me quejaba de la dificultad de compaginar cuatro o cinco relaciones seguidas, tenía un buen amigo para responderme que el problema no era el número de esas relaciones, sino el equilibrio que había que buscar entre ellas, y me aconsejaba que tomara un sexto amante. De pronto me volvía fatalista. No me preocupaba tampoco la calidad de las relaciones sexuales. Aunque no me procurasen mucho placer, o incluso si me desagradaban, o cuando el hombre me arrastraba a prácticas que no casaban demasiado con mis gustos, no por eso las cuestionaba. En la mayoría de los casos prevalecía el carácter amistoso de la relación. Era evidente que podía conducir a una relación sexual, y ello incluso me tranquilizaba; necesitaba un reconocimiento de mi persona completa. Que en la relación hallase o no la satisfacción inmediata de los sentidos era secundario. También eso lo apuntaba en el libro de ganancias y pérdidas. No exagero si digo que hasta alrededor de los treinta y cinco años no consideré que mi propio placer pudiera ser la finalidad de una relación sexual. No lo había entendido.
La vida sexual de Catherine M. de Catherine Millet (2001)
Imágenes de Catherine Millet