Los olores que más me gustan de todos son del limón, de las violetas y de la lefa en mis manos. Me encanta despertar, ir al baño y olerme las manos después de haber tenido una noche de sexo, o un rato, o una paja. Me encanta el olor a sexo en mi cuerpo y a sudor y sentir restos de semen en mi boca. Normalmente, el día después ni me ducho. Me lavo los dientes porque tengo ese miedo raro a que se me caigan. Camino y voy a trabajar olisqueando el aroma que queda entre mis dedos. El otro día cuando acabé avisé a mis amigos y nos fuimos a merendar y tuve que darles dos besos y abrazos y yo estaba recién follada. Sin duchar, sin lavar, sin peinar.
Otra de mis cosas favoritas del mundo es coger la corrida del tío de su vientre, de mi culo, de mis tetas o de donde sea con la punta de mis dedos y saborearla. Me gusta sobre todo cogerla de su
ombligo. La lefa vegana está mucho más rica que la omnívora. Solo conozco una lefa vegetariana pero en las conversaciones con otras chicas siempre coincidimos que la vegetal sabe mejor. Sabe a sana. Sabe más dulce, sabe más suave pero intensa. Sabe a natural y potente. Si contiene carne sabe a química, falsa, fuerte y es más fácil que esté rancia.
Anoche conseguí correrme después de un par de meses de intentos. Después de haberlo intentado con varios chicos, con varios métodos y posturas, de haberlo intentado sola, con porno, sin porno, con fotos de mi ex, con vídeos de mi ex, con fotos de chicas que conozco, después de haberlo intentado todo, ayer por fin conseguí correrme con otra persona. Con otra persona mirando cómo me tocaba a mí misma, en realidad, que no es lo mismo que correrse teniendo a alguien dentro. Es el precio que debemos pagar las chicas a quienes nos gusta follar sin condón. Todo se complica y hay que acabar fuera.
Lefa vegana, de A.Z. Phadrig (2016)
Fotografía: I love milk, de Angelika Mirocha